Aproximadamente dos meses atrás mi esposo y yo nos enteramos de que Dios nos había regalado la oportunidad de ser padres ¡Estaba embarazada! Este bebé era muy deseado y esperado, la alegría no nos cabía en el cuerpo. Con tanta emoción nos dieron ganas de gritarlo al mundo entero, pero por la vulnerabilidad que conlleva el primer trimestre nos decidimos a compartir este período sólo con los familiares más cercanos.

Todo estuvo bien hasta la segunda cita de seguimiento, cuando la doctora visualizó un hematoma en el útero, cerca del saco del bebé, ahí empezaron los quince días más largos de mi vida, me mandaron a reposo y tratamiento, el pronóstico era “bueno”, esperábamos que el hematoma se absorbiera como suele pasar, pero desde ese momento empezó esa sensación inexplicable de que algo no estaba bien. Una semana después fui a realizarme una ecografía de seguimiento con una mezcla de miedo y esperanza, no había latido y el bebé se veía muy pequeño para su edad, nos fuimos a casa muy decepcionados. Los médicos aún no confirmaban el diagnóstico de muerte embrionaria, por el tamaño que observaban y porque mi cuerpo aún no rechazaba el embarazo. Me volvieron a enviar a casa a la tarea más difícil que he tenido hasta ahora, ESPERAR (un milagro o un aborto espontáneo). Cada minuto, hora, día que pasaba parecía una eternidad y convertía este tiempo en una tortura que no sabía cuándo ni cómo acabaría. Finalmente, así como Dios nos había hecho realidad este sueño, muy pronto nos pidió que con mucho dolor, nos despidiéramos de él. Nuestro bebé tuvo una vida muy corta, pero suficiente para hacernos un mundo de ilusiones y momentos por vivir.

Hay muchas lecciones personales y espirituales que voy aprendiendo de esta dura experiencia que quizá luego comparta. Pero, me resulta urgente contarles esto porque me ha hecho descubrir lo común que son los nacimientos de bebés sin vida y lo poco que se habla de ello. Veo como no contamos nada hasta superados los tres meses, como “nadie lo sabía” no se habla de la pérdida, no se recibe el apoyo adecuado, hacemos parecer que sólo existen embarazos sin complicaciones y con el final esperado y añadimos al dolor de una pérdida, sentimiento de culpa por no poder lograrlo como “todas las demás”.
Recuerdo que desde que lo compartimos, nos decían “duerman ahora”. Pues es común escuchar los padres hablar de todo lo que dejas de dormir al tener un hijo. Nunca escuchamos sobre lo que dejas de dormir si el bebé no llega nunca a casa. Siempre escuchamos lo aterradora que es la idea de que el bebé deje de respirar mientras duerme. Nunca escuchamos lo aterrador que puede ser que el bebé deje de latir en el vientre… Como persona y psicóloga me di cuenta de que tenemos que hablar sobre todo esto e invitar a implementar cambios desde donde podamos.

Todos los bebés nacen, muchos nacen sanos y a término, algunos nacen sin vida, en silencio; otros nacen con complicaciones de salud y mueren al poco tiempo, algunos nacen tan a destiempo que no se logran distinguir de la sangre. Los bebés no se desintegran, no desaparecen, NACEN (@elpijamadegary). Sus familias y en especial las madres que lo llevaron en su vientre necesitan que el entorno los reconozca y respete para suavizar el inevitable y duro proceso de duelo que tendrán que vivir.

Nota: la foto la había tomado una semana antes de la última ecografía para compartirles lo que hubiese sido “la gran noticia”.